Mensaje con motivo del Día Internacional de la Lucha contra el Uso indebido y el Tráfico ilícito de Drogas
Mensaje del Prefecto
del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, S.E. el
cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, con motivo del Día Internacional de la
Lucha contra el Uso indebido y el Tráfico ilícito de Drogas.
Mensaje
Hoy, 26 de junio, se celebra el Día Internacional
de la Lucha contra el Uso indebido y el Tráfico ilícito de Drogas, instituido
por las Naciones Unidas el 7 de diciembre de 1987 para fortalecer la acción y
la cooperación, a nivel nacional e internacional, de contrarrestar y promover
un mayor conocimiento del fenómeno.
Del World Drug Report 2017 de la ONUDD 2017, se
desprende que, en 2015, alrededor de 250 millones de personas en todo el mundo
habían consumido drogas y, de ellas, 29.500.000 padecían trastornos causados
por su consumo. En particular, entre los 12 millones de personas que usaban
drogas inyectables, más de la mitad (6.100.000) se veían afectadas por la
hepatitis C, mientras que 1.300.000 vivían sea con la hepatitis C que con el
virus VIH / SIDA. Son numerosos los daños causados por el uso y abuso de
estupefacientes no solo para la salud sino también para el desarrollo, la
paz y la seguridad en todas las regiones del mundo[1].
El drama desgarrador de las drogas es un mal
que amenaza la dignidad y la libertad de acción de cada persona y rompe
progresivamente la imagen que el Creador ha moldeado en nosotros. Esta lacra
debe ser firmemente condenada porque está alimentada por hombres sin
escrúpulos, que, cediendo a la tentación del dinero fácil, siembran muerte
truncando esperanzas y destruyendo muchas familias[2].
La droga es una herida infligida a nuestra
sociedad, que atrapa a muchas personas en una espiral de sufrimiento y
alienación. Son muchos los factores que empujan a la dependencia de
las drogas, como la exclusión social[3], la
ausencia de la familia, la presión social, la propaganda de los traficantes, el
deseo de vivir nuevas experiencias.
Es importante promover una cultura de solidaridad y
subsidiariedad orientada al bien común; una cultura que se oponga al egoísmo y
a la lógica utilitaria y económica, y que, en cambio, se incline hacia el otro
para escucharlo, en un camino de encuentro y relación con nuestro prójimo,
sobre todo cuando es más vulnerable y frágil, como es quien hace abuso de
drogas. Como señala el Papa Francisco, "cada drogodependiente trae
consigo una historia personal diferente, que debe ser escuchada, comprendida,
amada y, en la medida de lo posible, curada y purificada. No podemos caer en la
injusticia de catalogar al drogodependiente como si fuera un objeto o un
mecanismo roto; cada persona debe ser valorada y apreciada en su dignidad para
que pueda ser curada”.[4]
Los jóvenes son las primeras víctimas de las
drogas. Inmersos en una sociedad relativista y hedonista, reciben propuestas
alienantes: de los valores, de una realidad concreta y encaminada hacia la
plena realización de uno mismo. Las nuevas generaciones viven a menudo en una
forma "virtual"[5], que les ofrece "un
amplio abanico de opciones para alcanzar una felicidad efímera, que al final se
convierte en veneno que corroe, corrompe y mata. La persona poco a poco se
destruye y con ella destruye a todos los que la rodean. El deseo inicial de
fuga, en busca de una felicidad momentánea, se convierte en la devastación de
la persona en su integridad, con repercusiones en todos los estamentos
sociales"[6].
Está claro, como afirma el Papa Francisco, que en muchos
casos estas formas de dependencia no son una consecuencia de haber cedido a un
vicio, sino un efecto de las dinámicas de exclusión: "¡Hay todo un
armamento mundial de droga que está destruyendo a esta generación de jóvenes
destinada al descarte!".[7]
Debemos proponer a nuestros jóvenes programas
educativos eficaces y concretos, que desarrollen su potencial y eduquen sus
corazones a la alegría de la profundidad, no de la superficialidad[8]. En el proceso de ayuda es importante la relación
humana ya que "la llamada a la alegría y a la vida en plenitud se
sitúa siempre dentro de un contexto cultural y de relaciones sociales".[9]
Aunque la prevención sea el camino prioritario, es
importante trabajar para la rehabilitación de las víctimas de las drogas en la
sociedad, para devolverles la verdadera alegría de vivir,[10]
para que no se sientan discriminadas o estigmatizadas, sino aceptadas y
comprendidas, para un camino de renovación interna encaminado a la búsqueda del
bien.
Nunca debemos olvidar que "aunque la vida de
una persona haya sido un desastre, aunque esté destruida por los vicios, la
droga o cualquier otra cosa, Dios está en su vida". [...] Aunque la vida
de una persona sea un terreno lleno de espinas y malas hierbas, siempre hay un
espacio en el que puede crecer la buena semilla. Debemos confiar en Dios"[11]. Ejemplo de ello son los muchos jóvenes que, deseosos
de escapar de la dependencia de la droga, se comprometen a reconstruir su vida,
mirando al porvenir con confianza.
Ciudad del Vaticano, 26 de junio de 2018
Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson
Prefecto del Dicasterio para el Servicio del
Desarrollo Humano Integral
[1] Oficina de las Naciones Unidas para el control
de las drogas y la prevención del crimen, World Drug Report 2017, vol. 1 p. 9,
11.
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